22 setembro 2010

Por onde andava Juan Ganzo Fernandez em 22 de Agosto de 1935

Ontem a noite, procurando o nome de Juan Ganzo Fernandez em páginas da web da Espanha, dei com este artigo. Fiquei curioso em saber o que traria o nome de Juan Ganzo ligado a um fato histórico do Paraguai.
Ao que tudo indica, ele foi convidado por altas personalidades uruguaias, sem dúvidas, amigos dele, para o desfile da vitória em Assuncion.
Com isso, lembrei-me de um livro que há pouco tempo passei os olhos na casa de minha mãe... era sobre a guerra Del Chaco, que aliás, nem sabia ter existido. Neste livro havia uma dedicatória a Juan Ganzo. Vou tentar encontrar o livro para ver quem assinou esta dedicatória.

Transcrevo aqui parte do artigo. A totalidade está na página original. Basta clicar no título.
Abraços!



Perfil de un hombre contemporáneo
Cinco episodios memorables en la historia de Estigarribia
Eduardo Víctor Haedo



El Desfile de la Victoria. — «La expiación de la grandeza». — Su vida en el exilio. — La Paz del Chaco. — Su reivindicación y su muerte.


El 22 de Agosto de 1935. Todo Asunción estaba en la Avenida Colombia, convertida en Champs Elysées, con su Arco de Triunfo, bajo el cual había de pasar el Ejército que regresaba, victorioso, del Chaco. Lo vi desfilar. Horacio Fernández, hacía de dueño de casa en el palco destinado a los legisladores[1]. Desde una hora antes nos había hecho la descripción de los Héroes. A todos los conocía. En sus defectos y en sus virtudes. Junto a ellos había encanecido en pocos meses. Le costaba creer que, de verdad, había cesado la matanza. En el Paraguay la paz es lo anormal; el combate, la disputa salpicada de sangre, es casi una ley inexorable. ¡País sin suerte! se ha dicho. No; ¡país que no ha podido gozar de la suerte! porque cuando la tiene, o desde afuera se la intentan cambiar o desde adentro se la deshacen. Manantial que da agua, sin reparar en quien ha de beberla, y que la sigue dando, aunque —no se sabe quien... ¡fatalidad o inadaptación!— se empeñe en segar su matriz...

Demora el desfile. ¿Qué sucede? Se advierte la intranquilidad de parecer que están tranquilos. Ahora que ha «estallado» la paz, las dificultades se acumulan. Pero, lo ocurrido, ha tenido rápida solución.

El General no entra en la ciudad, si se insiste en que abran la marcha charangas que exalten con dianas la presencia de la victoria. Debo pensar —ha dicho—, no en los que traigo conmigo, sino en los que quedaron, cuyas madres encresponadas saldrán al paso demandando: ¿porqué?... ¿porqué?...

Ya están en lo alto de la colina. Vienen. ¿Cuál es? ¿Dónde está? ¿Cómo marcha? ¿Qué hace? Ni una bandera. Ningún signo guerrero le precede. Son las nueve de la mañana. Apenas si un poco de sol regala ternura. Todo se ha vuelto sobriamente emocionante. No hay vítores. Una compostura religiosa domina el ambiente. De pronto, aquellas doscientas mil personas se han quedado mudas. Los dientes se apretan. Los ojos se exaltan. El paraguayo no sabe reír ni llorar; no lo han dejado aprender lo primero e ignora como se hace lo segundo. Los brazos quedan caídos. Hay un vasto rumor, sin palabras. Todos se han puesto hieráticos. ¡Va a pasar el General...!

Y pasa. A caballo. Rinde su espada ante el Presidente Ayala y cuando la recoge sobre el hombro, parece que en vez de saludar, ha hecho la señal de la cruz, en signo de suprema bendición. Viste el uniforme verde-olivo de campaña. No trae condecoraciones. Insinúa una sonrisa y sigue... para tender de nuevo su espada —esta vez afilada prolongación de su mano misericordiosa— ante los mutilados de la guerra que agitan los tallos de sus muñones, y, los que pueden, los trágicos banderines de sus muletas...

Siguen los conmilitones. Ahora la angustia largamente reprimida se desata en eco de campanas enloquecidas. El pueblo repite en alta voz las hazañas de los que pasan. El coronel Carlos Fernández, a la cabeza del primer Cuerpo de Ejército; en seguida, el coronel Rafael Franco, cuyo caballo pasea de vereda a vereda y ante quien —todos lo notan— es más profunda la reverencia de los estandartes y más vivaz el clamor de la muchedumbre...; después, el coronel Nicolás Delgado y al frente de sus compañías: Andrada, Caballero Irala, Urdampilleta, Ramírez, Balbuena, Vera y Aragón, Sosa Valdez, Bóveda, Sartori, Vega, Guerrero Padín, Ramos, Céspedes, Quiñones, Giménez, Martincich, Benítez, Jara Troche, De Filippi, Aguilera, Barrios, Bogado, Martínez, Aranda, Torreani, Villasboa, Samaniego, Cáceres, Palacios, Espínola, Andino, Báez Allende, Yegros, Velilla, Smith, Meyer Da Costa, Pérez Uribe, Davales... imperturbables, como si en vez de regresar, los dominara la obsesión de volver a partir...

A medio día Estigarribia recibió en su casa. Dirigiéndose al doctor Luis Alberto de Herrera, dijo: «Para mi todo ha terminado, pero para el Paraguay comienza el segundo acto».

A media noche, mientras se bailaba en el Palacio de López, en la ciudad hubo ruido de armas.



Referencias:


[1] Los legisladores que se habían trasladado especialmente de Montevideo, eran los señores Dr. Luis Alberto de Herrera, Juan Pedro Suárez, Pablo G. Ríos y Eduardo Víctor Haedo. Estaban también los señores Alberto Puig, Dr. Alberto Mané, Juan Ganzo Fernández, el poeta Fernán Silva Valdez, el Prof. Javier Gomensoro y el entonces Intendente Municipal de Soriano, don Raúl Viera.

Retirado de http://letras-uruguay.espaciolatino.com/haedo_eduardov/historia_de_estigarribia.htm